Kai Pacha es una activista por los derechos de los animales que está a cargo de una ONG dedicada a la conservación ambiental de especies autóctonas en pérdida de ejemplares o riesgo de extinción que se localiza en la región centro de Argentina.
Su verdadero nombre es Karina Maschio y de pequeña creció junto a su padre, que era cazador, pero su vida dio un giro de 180 grados cuando tomó la decisión de alimentar y proteger a los animales, fundamentalmente a los pumas, a los que considera víctimas por recreación. En la actualidad es conocida como Kai Pacha, una palabra que se relaciona con el mundo de aquí y ahora, representado por un puma.
Ella misma ha contado que su padre fue quien creó el espacio que en la actualidad es su reserva, en aquel momento un espacio de 25 hectáreas con animales de todas las especies. Como estaba muy solo, cuando finalizó sus estudios de Trabajo Social en Córdoba (Argentina) volvió al lugar y se dio cuenta de todo lo que podía hacer por los animales, al igual que ellos por ella.
“Yo a veces me siento más animal que persona, me muevo por la intuición”, afirma y recuerda con emoción cuando una puma le cambió la vida, “sacarla adelante fue eso: tuvo seis diagnósticos de eutanasia y yo estaba convencida de estar entendiendo sus ganas de vivir”. Gracias a ella hoy en día tiene su santuario: Pumawaka.
La activista rememora el momento en el que un incendio amenazó con destruir toda la reserva en el año 2009. “Estas llamas inmensas crujen como un monstruo que avanza. El segundo frente del fuego vino hacia las pumeras, corrí y abrí sus puertas para que no se quemaran los recintos. Los solté y no veía nada por el humo, corría y les pedía perdón por la estupidez humana. Cuando llegué a donde estaba la gente que ayudaba noté que se asustaban al verme. Miré hacia atrás y los vi, en ese momento dieron vuelta a mi vida”, recuerda aún visiblemente emocionada.
Hoy, trabaja para conseguir un mundo más justo y empático, por ello en representación de todo el equipo de Pumawaka propone acciones para revalorizar y conservar el monte, destacando la importancia de que existan unas condiciones de bienestar y cuidados esenciales para los animales y así alcanzar un objetivo global.
“Cuando estemos conectados. Cuando la producción agrícola ganadera conviva con la vida silvestre. Cuando los gobiernos aclaren sus legislaciones y las cumplan. Cuando haya pasos de fauna y deje de haber tantos ejemplares muertos o heridos. Cuando las honderas sean prohibidas como armas y dejen de ser un juguete. Cuando los tramperos sean maceteros colgantes. Cuando los cebos tóxicos y las trampas dejen de ser un método. Cuando la hombría deje de demostrarse con selfies con un puma muerto en los hombros, y mute a una capacidad de cuidado de la Tierra, tanto como hoy es visto lo femenino. Cuando deje de haber criaderos de pumas para matar y no se practique la cacería enlatada de pumas. Cuando hayamos evolucionado. Ahí todo cobrará sentido”, sentencia.