En ocasiones, la vida nos obliga a caminar por una linde que jamás hubiésemos podido imaginar. Un camino lleno de sufrimiento pero a la vez enriquecedor en espiritualidad. Marta Bruletout es la madre de Guille, un chico de 15 años que fue diagnosticado en 2013 de una leucemia linfoblástica aguda con un pronóstico nada halagüeño. Los médicos le dijeron que, según las estadísticas, su hijo seguramente no podría superar la enfermedad.
“Son estadísticas y números, la realidad es otra porque cada persona somos un universo diferente”, confiesa Marta. La mamá de Guille cuenta a Gente que Brilla que aunque los médicos le dijeran que no, ella lucharía y lucharía para que su hijo pudiera disfrutar del bello regalo que es la vida. “Nunca sabes el final del camino y nunca hay que perder la esperanza ni la fe; como decía Barack Obama, Yes, We can! y, si no se puede, pelearemos hasta el final”.
“Nunca sabes el final del camino y nunca hay que perder
la esperanza ni la fe”
“Guillermo estaba muy malito muy malito, tuvo una desnutrición brutal, que fue por lo que le ingresaron en el hospital y por lo que, además, se contagió de un montón de virus, bacterias y hongos hospitalarios”, explica. Y es que, tras el diagnóstico del cáncer, Guille comenzó a pasar por una serie de tratamientos de quimioterapia que fustigaron sus defensas, motivo por el cual tuvo que ser hospitalizado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Niño Jesús.
Ha sido mucho tiempo entre habitaciones de hospital, quirófanos y salas de espera. Pero para Marta la clave para poder ver la luz ha sido tener actitud, porque de otra manera no hubiese podido bregar con todos los avatares que vivieron durante la recuperación. En una ocasión, Guille llegó a tener incluso un colapso pulmonar debido a una neumonía. “Los pacientes con cáncer están inmunodeprimidos por la quimioterapia, por eso son mucho más vulnerables a contagiarse de enfermedades. Y los “bichos” están en todas partes, y en los hospitales hay muchos porque aunque haya una asepsia, nunca es total”, explica realmente emocionada la madre de Guille.
ANTE LA LEUCEMIA INFANTIL, ACTITUD POSITIVA
“Actitud ante la vida, la esperanza no se puede perder nunca”, dice. Porque pensar en positivo, junto con el personal de enfermería y los médicos de oncología pediátrica, además del apoyo de la Fundación Aladina y la familia que pudo formar entre las paredes de los hospitales, fue la clave para haber conseguido superar la enfermedad. Porque Marta dice que, “si hay ángeles en la tierra, es el personal de enfermería de cualquier hospital pero en concreto de las unidades de oncología”. Afirma que son profesionales “con una dedicación y abnegación y un cariño incondicional”, porque realmente “son personas que están ahí pero porque realmente quieren estar, son muy especiales”.
¿Y los médicos? Marta asegura que ha tenido experiencias muy dispares. A pesar de tener un recuerdo menos positivo del día del diagnóstico, el sabor que le ha dejado la mayoría de los oncólogos es que “son personas extraordinarias, porque no es fácil dedicarte a enfermedades que tienen un pronóstico malo”. Para la mamá de Guille, “los médicos que trabajan con trasplante de médula ven estadísticas de supervivencia que verdaderamente no son tan altas como quisiéramos, es muy complicado trabajar con eso”. Por eso, lo que recomienda es “ponerte en los ojos de otro, ponerte en el lugar, trabajar la empatía”, porque “están haciendo el trasplante de médula a bebés recién nacidos, en unos casos, o en niños; gente joven que está peleando por su vida. Y tú estás peleando porque no se mueran”.
LUCES Y SOMBRAS TRAS EL DIAGNÓSTICO DE LA LEUCEMIA
Pero todo este viaje no ha estado lleno solo de pasajes tristes. También ha podido vivir experiencias que le han llenado de fuerza y alegría, momentos que le han servido en su día para seguir luchando y confiando en un final feliz. “Guillermo estaba desahuciado, se estaba muriendo, estaba en la sala de trasplantes de médula, era Semana Santa y tendría catorce años, empieza a recordar Marta. Paco Arango, de la Fundación Aladina, le dijo: “¿cuándo es el cumpleaños de Guille?”. Ella no recordaba en ese momento si era el jueves o el viernes, pero Paco añadió: “¡Ah! Pues no me voy a ir de vacaciones”. Y cómo no se iba a ir, pensaba Marta. Guille estaba muy malito, con una hemorragia de cuatro litros diarios, estaba muy grave. Pero entonces – relata Marta visiblemente emocionada – apareció Paco con un tiburón volante, con mando a distancia, y además con una Play Station. “Ver incorporarse a Guille sonriendo, porque en aquellos días estaba en posición fetal todo el rato… Verle sonreír mirando hacia arriba… Eso es lo más bonito que jamás haya visto”, indica.
Otro detalle, también precioso, de la generosidad brutal que hay en el hospital, de la familia que formas cuando estás allí, es cuando falleció uno de sus mejores amigos, Álvaro. “Acababa de fallecer y el papá toco la puerta, entró, me dijo que Álvaro ya se había ido pero le he pedido antes de irse que cuidase de Guille”. Con la voz entumecida pero aún resplandeciente de coraje reconoce que algo así “te demuestra la generosidad humana y la bondad absoluta que descubres cuando un hijo tuyo tiene cáncer”.
Cuando uno de los mejores amigos de Guille se fue, Álvaro, su padre le dijo a Marta que antes le pidió que cuidara de él
A partir de esos días, la vida de Marta, Guille y el resto de la familia nunca volvió a ser igual. “Es muy complicado, es una bomba que estalla en una familia”. Para ella fue complicado porque cada uno tiene una visión y cada uno tiene una personalidad y con esto “te sale lo peor y lo mejor”. Y aunque las relaciones familiares nunca vuelven a ser lo mismo, insiste que algo así puede unir mucho o puede separar del todo. “Esto te cambia para siempre, ahora somos otro tipo de familia. Y no sabemos las personas que hubiéramos llegado a ser”.
Además, todo lo que vivieron juntos les sirvió para ser más fuertes. Más sabios. Mejores personas. “Cuando a mí me decían que Guille se iba a morir, yo decía que por qué, que quién lo dice”, concluye Marta. “No, es que las estadísticas…”, le decían. A ella este vuelo a través de la enfermedad le ha hecho mejor persona, ha crecido mucho, ahora tiene otras prioridades. Y es que, aunque en algunas ocasiones quisiéramos que la historia tuviese un final diferente es bueno recordar que “los niños con cáncer son muy especiales, son niños con una misión y los que se van más todavía”.